Había una vez un maestro alfarero llamado Don Esteban, que vivía en un pequeño pueblo en las faldas de una imponente montaña llamada la sierra nevada de santa marta en Colombia. La sierra es habitada por varias tribus que comparten una cultura y una tradición mágica. Don esteban siendo muy joven se había perdido en la sierra y fue encontrado allí por un indio Kogi que lo adopto y lo llevo a vivir con su comunidad. Los koguis fieles a sus principios espirituales acogieron a Esteban quien se formo como uno más. Los Kogis ven en la sierra nevada el centro de las energías del mundo y se consideran los hermanos mayores guardianes de dichas energías y pese a que Esteban era nacido fuera de la tribu su alma era lo suficientemente buena como para ser incorporado en las tradiciones Kogi
Uno de los principios que le enseñaron al joven esteban era que el universo era un conjunto de armonias que estaban presentes en todos los aspectos de la naturaleza.
Esteban formo parte de los Kogis por muchos años pero un día sintió la necesidad de regresar a su origen y pidiéndole permiso a los Mamos quienes son los guías espirituales de la tribu, bajo de las altas montañas nevadas hasta el borde mismo donde quedaba su pueblo originario. Allí los habitantes que habían dado por perdido a Esteban 40 años atrás lo reconocieron y lo ayudaron a reestablecerse. Esteban ya en su edad adulta y con toda la espiritualidad y experiencia de sus años en la sierra se dedico al arte que había aprendido en la tribu Kogi. Esteban fue entonces conocido por ser un maestro alfarero, pero lo que nadie sabía era que también era un mago. Su habilidad para dar vida a sus creaciones de barro era mágica, y cada pieza que salía de su taller tenía un toque especial, un toque inspirado por su aprendizaje en la sierra.
Un
día, mientras trabajaba en su taller, Don Esteban sintió una profunda tristeza
en el aire. El pueblo estaba pasando por tiempos difíciles, y la gente estaba
perdiendo la esperanza. Don Esteban que tenía la capacidad de sentir la armonía
de su comunidad sabía que tenía que hacer algo para ayudar a su pueblo, así que
decidió crear una obra maestra que traería alegría y esperanza a todos.
Concentró
toda su energía mágica en el torno de alfarero y comenzó a dar forma a un
jarrón especial. Mientras trabajaba, sus manos se movían con gracia y su
corazón latía con amor. Con cada giro del torno, el jarrón cobraba vida,
llenándose de colores brillantes y diseños asombrosos. Diseños que salían del
alma mágica y no de la mente. Diseños que traían formas nunca antes vistas en
aquel pueblo.
Cuando
finalmente terminó, el jarrón parecía más que una simple pieza de cerámica.
Emitía una luz suave y melodías alegres resonaban en el aire cada vez que
alguien lo tocaba. Don Esteban sabía que este jarrón tenía el poder de traer
alegría y felicidad a su pueblo. En su interior sabía que aquel Jarrón
conectaba a aquel pueblo de la costa atlántica colombiana con las fuerzas mágicas
de lo alto de la sierra nevada. Sabía que la energía fluía directamente de
aquellos seres que desde lo alto cuidaban de sus hermanos menores como así los
llamaban a los no Kogi.
Don Esteban llevó el jarrón al centro del pueblo y lo mostró a todos, mientras los habitantes de aquel caluroso y polvoriento pueblo observaba con curiosidad e incredulidad. El primer impacto fue la belleza intrínseca de la obra, todos los habitantes sentían que algo especial tenía aquel jarrón y comenzaron a acercarse curiosos y maravillados. Pero había algo más en aquel extraño artefacto producido por las manos de Don Esteban. Había una magia en forma de energía que se emitía y que comenzaba a llenar los sentidos de los habitantes. Todos aquellos que se acercaban comenzaron a sentir que la tristeza y desesperanza que venían sintiendo se iba disipando, dándole paso a la alegría y a la camaradería. T