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    ¡Acércate, te espera!

    ¡Acércate, te espera!
    La peor crisis de nuestro tiempo no es social ni económica, es una crisis de amor. En la raíz de todos los acontecimientos lamentables que vivimos, que incluso sufrimos, se encuentra un vacío de amor, de comprensión. Nadie que haya experimentado verdaderamente lo que es ser amado, aceptado incondicionalmente, es capaz de hacerse daño o dañar a otro. Quienes hoy son agentes de violencia y conflicto, dan prueba de los estragos que la falta de amor puede generar en el corazón del hombre. Para unos este vacío afectivo pudo ser producto de una familia sin amor, para otros, el encuentro cara a cara con el odio generó en ellos profundos resentimientos y dolor; para unos y otros, la ausencia del amor cambió para siempre el rumbo de sus vidas. UNA VERDAD FUNDAMENTAL En el plano de la fe, el problema se torna aun más complejo. Ya no se estaría hablando de una “ausencia del amor” sino de una incapacidad, por parte del hombre, para descubrirlo, para encontrarlo y experimentarlo en su vida. Dios sigue allí, en la historia y el devenir de los siglos, en los acontecimientos y en el corazón de aquellos a quienes más ama, y aun así es muy común encontrarse con personas que viven como si este amor de Dios fuese una bonita fantasía, mas no una realidad capaz de cambiarles la vida y de hacerles felices. En ocasiones, y ya esto se aplica a los que si creen en Dios, pero su relaciones con Él están más en el plano de la norma, del cumplir por miedo, este amor no es algo que se entienda fácilmente. Es el caso de los “creyentes justicieros”. Cristianos que creen que Dios ama, pero que su amor está condicionado a la rectitud del hombre; en otras palabras, creen que Dios sólo ama a los buenos, y que para ser amados por Dios hay que esforzarse por ser buenos. Para este tipo de cristianos es inconcebible que Dios ame a alguien que peca, pues esto no sería justo. Su limitada percepción sobre lo que es justo y lo que no lo es, les lleva a enfrentar la misericordia con la justicia; y aunque no lo reconozcan, la misericordia les resulta a veces una realidad incomprensible; incluso llegan a afirmar que Dios sólo puede ser misericordioso en la medida en que el hombre sea bueno. Así las cosas, cuando juzgan a alguien, no sienten dolor alguno por el pecado que están cometiendo, pues creen que Dios está de acuerdo con sus juicios. Esto lo pueden pensar creyentes con muchos años en la Iglesia, pero también –y son muchos más- lo piensan y lo creen, miles de hombres y mujeres que están convencidos que Dios no perdonará los pecados que han cometido. Nuevamente el desenfocado concepto de justicia les lleva a creer que, si Dios es verdaderamente justo, no perdonará la maldad que han cometido. NUEVOS JUDAS EN NUEVOS TIEMPOS Ese fue el gran pecado de Judas, y sigue siguiendo la condena para muchos que creen que Dios tiene un corazón como el de los seres humanos; un corazón que se reciente, que guarda rencor y que incluso puede resistirse a perdonar. A propósito de esto, un escritor, del que no recuerdo ahora el nombre, afirmó alguna vez que “si Judas se hubiese arrepentido, se hubiera escrito una de las páginas más hermosas del Evangelio”. Pienso por un momento a cuantos más le ha sucedido lo de Judas, y creo que algo de responsabilidad tenemos los que nos consideramos creyentes; cuánta gente llega a nuestras unidades pastorales, a nuestras casas, a nuestras vidas, y les cerramos las puertas, no somos capaces de ser misericordiosos. Y no lo somos porque aun no hemos aceptado la verdad fundamental del Cristianismo: DIOS ES AMOR. Misericordia y Amor de Dios son realidades sinónimas; sabemos que Dios nos ama, decía San Pablo, porque nos ha dado a su hijo para que muriera por nosotros, cuando aun éramos malhechores. Es por eso que la realidad más “subversiva” del cristianismo es la misericordia, pues hecha por tierra toda ideología y previsión humana. No es fruto del esfuerzo, no se merece, se acepta o no, pero no puede accederse a ella por la fuerza. En estos días, estuve viendo un documental sobre la vida Chris Farley, un humorista estadounidense que murió por una sobredosis hace algunos años. Farley era católico y asistía cada domingo a la Eucaristía. Siempre se sentaba en la última banca del templo y lloraba durante toda la misa, se consideraba demasiado pecador y creía que Dios no le perdonaría todos sus pecados. Su vida estuvo marcada por serios problemas de alcoholismo y drogas. A veces pienso, ¿Cuánta gente estará pasando por lo mismo? Se que es una pregunta que sólo Dios puede responder. Pero también se que, muy cerca de nosotros, puede haber alguien que está esperando la noticia que puede reconstruirlela vida: que Dios es Amor, y que Dios le ama incondicionalmente. ¿Seremos nosotros los mensajeros?
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