Había una vez un reino donde se decía que el rey siempre, siempre hacia cumplir el último deseo de el reo. Era esa la más sagrada de las reglas que el rey se esmeraba hacer cumplir porque consideraba que el ultimo deseo de un rey provenia de Dios.
Un día un reo había sido condenado a morir en el cadalso de manos de un feroz y terrible verdugo. El verdugo que era temido por mucho era un ser de muy mal talante y orgulloso de ser el siempre el encargado de llevar a la muerte a cuanto desgraciado le era entregado en sus manos. El problema era que había mucha ejecuciones en el reino y solamente un verdugo. Se decía también que el rey era muy estricto en ordenar que solamente ese verdugo fuera el que ejecutara a todos los reos del reino.
Esta vez el reo era alguien que era muy astuto pero después de algún tiempo había sido capturado y rápidamente condenado a muerte.
En la mañana en que el reo iba a ser ejecutado todo el pueblo se había reunido en la plaza central y allí frente a todos estaba una tarima dispuesta para que todos pudieran ver al reo pedir su ultimo deseo y verlo morir de manos del verdugo.
El Juez subió a la tarima de ejecución y con voz ceremoniosa leyó el edicto del rey condenando al reo y luego dijo
El rey siempre concede un ultimo deseo al que va a morir, así que tu reo te conmino a que expreses tu ultimo deseo, el cual será cumplido antes de que seas ejecutado.
El reo sonrio cuando oyo esta palabras y mirando al juez, al verdugo y al pueblo dijo
Mi ultimo deseo es muy simple
Que ejecuten al verdugo.