About this Episode
Ahora te contaré algo de un viaje con muchos incidentes. Era un viaje a España. La Unión Europea me había regalado dinero en forma de una beca para que pueda irme a un curso en Oviedo en Asturias. Este relato consiste en partes elegidas de mi descripción del viaje que tuve que hacer después del curso.
El vuelo estaba anulado!
El avión para Köpenhamn a las 8.35 estaba anulado. Sentía un poco de molestia y tenía indicio de palpitaciones, pero Wera (una compañera de viaje) pensaba que debíamos ir a la Información (no te olvides ir a la Información si vayáis a algún sitio – puede merecer la pena) Hicimos un cambio, muy bravo y rápido. Después teníamos que correr al avión que salió a las 8.00.
Si hubiera seguido el consejo de mi buen amigo Fred, llegar a la facturación del equipaje un cuarto antes ("solo escriben así, queda tiempo aún así") habría podido ir a la mierda. Y sentía como un presagio lúgubre por el futuro, es decir el viaje, podéis jurar…
Pero, para alimentar vanas esperanzas en nosotros, los viajes a Köpenhamn y Madrid pasaban sin problemas – desayuno y almuerzo en el avión y uno piensa que la vida es sin problemas.
¡Overbooking!
En Barajas teníamos un espacio vacío en el horario y yo y unos compañeros de curso teníamos cuatro y media hora para fustigar bastante a rectores y colegas, en paz y tranquilidad, sin ser molestados de clases y cosas así. Tomamos café solo y masticábamoscruasanes y las migas volaban, hacíamos un poco ruido que solo unos profesores de juerga pueden hacer.
Cuando venimos a la facturación del equipaje teníamos overbooking. No sabía qué era eso, pero comprendía que era algo malo, porque los otros parecían indignados. No era tan bueno, lo comprendí cuando los otros me lo explicaban.
Si uno tiene overbooking te no dejan subir a bordo, la compañía aérea ha reservado demasiados pasajeros en esperanza de que vengan anulaciones y no parecían venir anulaciones en absoluto, sino teníamos que estar sudando y era un poco ruidoso también – no era divertido tener overbooking de verdad.
Por otra parte debía ser muy divertido para Gunnar, al que le gusta cuando vuelos están anulados – es un poco más emocionante así, dice. Él había ido a Madrid para pasear y tomar una cerveza. Tener overbooking debiera ser mejor aún – el momento de tensión es un poco más prolongado cuando tú estás esperando, viendo a los compañeros de curso y otros desaparecer y tú tienes que esperar y esperar. ¡Él si no tenía overbooking! Cobardemente hubo hecho su facturación del equipaje varias horas antes de la salida y de esta manera había perdido la posibilidad de tener un overbooking monstruoso.
Preguntamos qué pasaría si, solo de pensarlo, no pudiéramos ir en el avión para Oviedo, algo que podría interesante saber. Primero no entendimos que ella dijo en la transportación, pero después comprendía que iba a haber hotel en Madrid, con cena magnífica y desayuno y cosas así. De repente una transportacionera nos capture y nos llevó a la salida, nos bañábamos en sudor y las maletas iban de aquí para allí. Al fin solo quedamos Ruth, Wera y yo y una persona de Oviedo que teníamos overbooking. Pero ahora habíamos venido lejos y solo teníamos un poco de overbooking si uno lo dice así.
La mujer en la transportación de equipaje veía nuestros vistazos y repitió con vista tierna la oferta de una noche completa en Madrid y para estar seguro empecé a prepararme mentalmente a una buena noche en Madrid. ¿Tal vez no sea tan malo? ¿Cena con tres platos? Coñac con el café… Pero entonces empezó el alboroto otra vez y fuimos transportados al avión y en un abrir y cerrar los ojos estuve en camino al aire, sentado al lado del señor español que era overbooked. Empezó a hablar inglés conmigo y si hubiera sido persistente y insistido en que hablara español conmigo habría tenido un poco de práctica, pero estuve demasiado cansado y él venía de Miami y tenía un derecho cierto de hablar inglés.
¿Buena comida?
Ahora os contaré otra cosa. Estábamos alojados en familias anfitrionas en el sitio del curso y mi anfitrión era un joven estudiante de biología que se llamaba Pedro. Me enseñaba mucho de las condiciones de los jóvenes en España y es probablemente el único flautista y biólogo español que he acompañado en guitarra. Ocurrió la noche antes de nuestra separación, después de dos días de vida juntos. Si pensáis raro que uno se marcha de gente tan amable, solo puedo decir que era eso con la comida….
Pedro no era buen cocinero, no, no era tan buen cocinero como era flautista y para ser franco tampoco no valía gran cosa como flautista. Considera también el desagradable overbooking y mi firme horror de mal de estómago – solo necesita venir a Dinamarca para tener arcadas!
La primera noche Pedro me sirvió un plato con pollo y arroz. El plato fue preparada en una sartén y era cuidadoso con el calor para que el pollo no fuera bien cocido, algo que hacía que el pollo tenía piernas bastante rojas al servir. Además, el pollo estaba en el fregadero cuando venimos, yo no entiendo por qué, porque no tenía congelador. Estudiaba biología y tal vez fuera amigo de los animales y pensaba que estaba demasiado frío por el pollo en la nevera – yo no sé.
Entre tanto el pollo hervía en la sartén limpiaba manos y fregadero con una toalla media muy antigua que debía haber fallado a poner en la colada varias semanas (y tú puedes imaginar que suciedad se ve muy bien en una toalla blanca) todo para que la cocina estuviera buena y limpia. Y después, con el cuchillo de trinchar que había usado por el pollo, trinchaba la macedonia y después la dio una tanda con la toalla y todo que había aprendido sobre salmonella de repente apareció en mi cabeza y mi estómago se preparó por lo peor. Todo parecía ser una noche estupenda en la mesa!
Papel higiénica en la mesa de cena.
Pedro había encendido velas y todo era muy solemne. Para que el pollo poco hervido no totalmente perdiera el calor, había cubierto el plato minucioso con una media toalla, la misma que yo había observado en quehaceres antes. La toalla colgaba muy bien hacía abajo y mojaba bien la superficie del plato de pollo. Como servilleta tenía un rollo de papel higiénica rosa , una cena informal nada ridículo.
En camino de salmonella.
El día siguiente estuve sentado en la litera modesta mirando lúgubre a mis dedos de píe y elucubrando que hacer. Decidí largarme a una cabina telefónica para llamar a mi mujer, que suele tener buenas ideas y siempre da buenos consejos. Entonces, con prisa a la ciudad y a una cabina telefónica con suelto bastante para un consejo rápido como se evita la salmonella si uno ya está contagiado y un poco charla de cosas así.
Tengo dotes naturales para perderme en ciudades, casi puede perderme en Flen, donde he vivido en 23 años y entonces podéis entender que es más fácil en Oviedo, con 200 000 de habitantes. Además, si uno se olvida del mapa, las dificultades se facilitan bastante
En cualquier caso erraba un rato por la ciudad y de alguna manera lograba conseguir llegar a la cabina telefónica en la esquina del parque de San Fransisco, él que da a la estatua de una mujer gigante y donde hay un campanario en uno de los edificios. Tenía ayuda de cambiar a suelto de una chica amable que me explicaba como telefonear a Suecia de España.
Sí, dios mío, que complicado es a veces. Ponía moneda tras moneda y trataba de llamar pero siempre me equivocaba de una cifra y tenía que colgar de nuevo y si tenía suerte venían unas monedas y si tenía mala suerte venía nada. De esta manera perdía 400 pesetas, nada mucho, pero el fracaso en sí consumía en la confianza en si mismo y además el aire estaba tan húmedo. Después de cinco minutos buscando a tientas lograba presionar unas monedas de 100 pesetas sin equivocarme de del número y de repente oyeclic.
Por quién doblan las campanas..
Era el hijo que contestaba. Exactamente cuando estaba a punto de hablar la campana de la torre empezó a tocar no tocaba poco. El sudor corría a lo largo de la frente y en mis ojos y trataba desesperadamente sacar un poco de información sobre mi pronto enfermedad, salmonella, y decía que quería hablar con la madre, pero el hijo no oía nada o por lo menos muy poco. El tablón de información de cuantas monedas me quedaban en el teléfono hacía incansablemente tictac y yo gritaba una y otra vez que quería hablar de su madre pero sin éxito, porque mi hijo respondía que no oía nada. Por quién doblan las campanas, pensaba, y fijando la vista a la madonna gorda, preparándome con una profunda respiración y grité: “Quiero hablar con la madre!”
Entonces la campana terminó a sonar y mi petición resonaba sobre la plaza. Gente dentro
un contorno de 20 metros se volvía i me miraban vacilante. “¡Cáscaras! Qué gritas tanto, ¿piensas que soy sordo? Entonces me quedaron 150 pesetas de 300 y trataba de explicarle que no tenía tiempo de no tenía tiempo de explicarle y que sobre todo quería hablar son su madre. “No está, espera, voy a salir para saber donde está”, dijo el hijo, luego desapareció y después desaparecían mis pesetas.
Consideraba si llamaría otra vez, pero parecía que todo me salía mal. Además descubrí que uno podía comprar Lactófilus en la pharmacia que estaba al lado del parque. Lo hice y después había que correr a una cafetería y tomar un dosis antes de que la salmonella se estallara. Cuando había aparcado en un taburete de bar y pedido un café con lo cual podía tragar la pólvora, empecé a toquetear el embalaje con una cucharilla de te. ¡Qué obstinado estaba el embalaje! Después de un minuto de trabajo la cucharilla se fue en el suelo y todos me miraban – otra vez. No había formas de hacer cosas hoy, pero de una manera o otra lograba abrir la lata. Puse un dosis en la cucharita y explicaba chistoso al camarero que no era anfeta, pero él solo miraba.
¡No se olvide de la dirección!
Después me fui a Pedro para ver como era el almuerzo. No había llevado la dirección de Pedro, y así no sabía donde ir para ir a casa, pero recordaba las últimas calles donde iba. Lograba localizar una grúa de construcción que sobresalía las casas, estaba al lado de la casa vecina, y con ayuda de esta información encontraba mi casa. Desafortunadamente no recordaba en que entrada vivía y no quería ir probando la llave en todas las puertas como cualquier sospechoso. Pero sabía por lo menos en que casa vivía…
Pensaba tanto que mi cerebro crujía. Luego me lo ocurrió, la vista, la vista desde la ventana en mi habitación al lada detrás de la casa! Allí había un pasillo con dos palmeras, una a cada lado - ¡válgame Díos! Que alivio. Iba rápidamente al otro lado de la casa y empecé a medir a pasos, uno, dos, tres etc hasta que con 53 pasos hubiera venido “a la vista”. Luego iba al lado frontero, iba 53 pasos, saque la llave y abría la puerta – ¡abracadabra!
Pero era un poco aburrido que después de un procedimiento genial descubrir que la puerta no había estado cerrado, pero si hubiera estado cerrada habría sido un buen modo de saber dónde uno vivía, ¿verdad? Por la tarde cambié de familia anfitriona y fui a parar con Jesús y Marí y allí podía jalar cuanta comida deliciosa que quería.
Ahora va a ser interesante vivir otros errores en mi sitio de estudios. ¿Cómo sería ver su tarjeta de crédito “comida” de un telebanco después de haber toqueteado torpemente con el codo y de haber interpretado mal el texto en el tablón. Puedo imaginar que tendría resultados interesantes….